REDUCIENDO DESIGUALDADES
SOMOS TIERRA
Pertenecemos a la tierra, somos la tierra porque al igual que ella alimentamos cuerpos y almas, generamos abundancia y creamos vida, sentimos… Este setipienso lo encarnan habitantes del territorio de Abya Yala[1] como un designio a su propio ser. Por generaciones las abuelas, las madres, y las hijas han sido depositarias de la sabiduría que crece con la madre tierra, su quehacer vincula el conocimiento y riqueza que se desprende de ésta sabiduría en la vida cotidiana, principalmente en los contextos rurales y comunitarios donde la comunalidad sigue siendo una forma de vida.
Actualmente en México, más del cincuenta por ciento de la población que vive en la ruralidad son mujeres[2], quienes día a día, mediante los trabajos de cuidado reproducen la vida en los territorios, con todas sus implicaciones como la asignación de roles y las cargas dobles y triples de trabajo, dentro de un contexto de desigualdades estructurales manifiestas en el racismo, clasismo, machismo, entre otros.
A pesar de la imposición de estos roles de género es fundante cuestionarnos de dónde surge desdeñar la importancia del trabajo de los cuidados, porque la fuerza de las comunidades la constituye en gran parte las mujeres: acompañantes de la niñez, tejedoras de vínculos interfamiliares, cultivadoras de la tierra, sanadoras y parteras, alimentadoras en la amplia significación de esta palabra, lideresas, defensoras del territorio y la vida, y pilares de resistencia ante un desarrollo que despoja del territorio y sus bienes a las comunidades indígenas y campesinas, y dañan los sistemas ambientales que permiten la reproducción de la vida. Por esto, la resistencia de las comunidades rurales ante un desarrollo que las engulle es vehementemente sostenida por los trabajos de cuidado realizados históricamente por las mujeres.
En México, la dinámica poblacional ha conducido a la feminización de la población rural, que además se encuentra en condiciones vulnerables. Por ejemplo, de los 14.6 millones de mexicanas que habitan en el medio rural, cerca de 60 por ciento viven en condiciones de pobreza (SIAP, 2017)[3]. Esta situación es ocasionada por la falta de reconocimiento del trabajo femenino en el ámbito rural; se enfrentan a barreras legales discriminatorias como la ausencia de tierras a su nombre; tienen excesiva carga de trabajo; carecen de organización y representatividad política y padecen las consecuencias de una escasa promoción de servicios de extensión, capacitación y educación con enfoque de género (KIT, Agri- ProFocus e IIRR, 2012).[4]
¿Y la tierra qué?
«Cuando los hombres son oprimidos es una tragedia. Cuando las mujeres son oprimidas es tradición.» – Letty Cottin
La afirmación “Somos tierra” la hacemos vindicando los trabajos de cuidado y quehaceres de las mujeres en la ruralidad, y resonando afirmativamente ante la construcción de la política de la cotidianidad -lo personal es político porque la vida importa-. Sin ánimo de romantizar esta idea, es necesario enunciar que la falta de derechos agrarios en manos de las mujeres en México es, y ha sido, un factor que excluye a las mujeres de la gestión de la tierra y de la construcción de la política comunitaria.
Aún cuando el 50 por ciento de la población rural son mujeres, en promedio en los tres estados que integran la región de la Península de Yucatán, únicamente el 15 por ciento ostenta derechos agrarios, es decir, tiene asegurado el acceso a la tierra y cuenta con la posibilidad de tener un lugar en los espacios deliberativos y de toma de decisiones dentro de la comunidad, sin embargo esta proporción deja en evidente desigualdad a las mujeres. Este hecho, resultado del sistema patriarcal, reduce y dificulta la posibilidad de que los planes comunitarios contengan las necesidades y aspiraciones de las mujeres sobre el devenir de la tierra comunitaria y de la comunidad, así como en el afrontamiento de problemáticas agravadas en la conteporaneidad por un extractivismo exacerbado.
En el país la población rural cada día es menor[5], hay un éxodo hacia las zonas urbanas o semiurbanas dada una intervención política y económica que impulsa la desruralización mediante la oferta del progreso y la imposición de modelos racistas, acompañada con la expansión de las corporaciones del capital que despojan a las comunidades de sus tierras y bienes comunes. El fenómeno de la desruralización se ha dado en el mundo por generaciones, no por esto es menos grave. En este contexto y a partir de sucesos diversos (violencias, migración masculina, sucesos bélicos, entre otros) las mujeres se han hecho responsables de actividades que estuvieron históricamente asignadas a los hombres, no así sus privilegios y condiciones de “poder”. Sin embargo, esto despertó en este grupo poblacional las aspiraciones de usar sus habilidades, conocimientos y experticias en otros ámbitos fuera del entorno doméstico.
En este contexto de reivindicación de la participación de la mujer en la vida rural, el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS) facilita la operación de una estrategia de participación activa, que tiene como objeto generar situaciones para que mujeres y juventudes participen en procesos autogestivos que dignifiquen su persona y sus formas de vida colectiva, bajo la perspectiva de género y enfoques intercultural e intergeneracional.
En este marco, desde el 2019, el CCMSS impulsa en el municipio de José María Morelos, Q.Roo una iniciativa dirigida a juventudes para fortalecer la autonomía económica de este grupo poblacional mediante la apicultura, y con ello un medio de vida que posibilite el arraigo de las juventudes en sus comunidades. La Iniciativa Apícola Regional resultó un espacio de construcción y resignificación de la presencia de las mujeres jóvenes en esa parte del territorio. En colectivos mixtos, las mujeres fueron encontrando espacios para desarrollar habilidades y la generación de conocimientos que ha fortalecido su persona y su relación con su comunidad y su territorio.
Este proceso dio pie a la apertura de un espacio seguro para mujeres jóvenes dirigido al autoconocimiento y autoafirmación, con prácticas de autocuidado y conocimiento de sus derechos. En este espacio las mujeres se escuchan y se comparten interrogantes, miedos, sueños…
A la par se abrió un espacio en donde mujeres jóvenes colaboran activamente en la construcción de un método participativo para la elaboración de auto-diagnósticos con juventudes de sus comunidades. Este ejercicio ha permitido a las jóvenes vislumbrar caminos para reconocerse y posicionarse en ámbitos en los que comúnmente están desdibujadas, e incluso hasta negadas por su condición de mujer joven.
Para las mujeres jóvenes y de todas las edades en un ahora de opresión y exclusión, este 8 de marzo es un recordatorio de su valía, son el hoy del cambio y de la fortaleza, son el hoy del sentir, pensar y accionar, son el hoy de la transformación de las relaciones intrafamiliares, en la comunidad, en la ciudad, y en todos los territorios que habitan.
“Es necesario que cada miembro de esa familia reciba oportunidades iguales de crecimiento económico, social y educativo. Si uno de los miembros se rezaga, el resto no podrá continuar hacia adelante”. –Malala Yousafzai
Referencias
[1] Significa Tierra Madura, Tierra Viva o Tierra en Florecimiento, fue el término utilizado por los Kuna, pueblo originario que habita en Colombia y Panamá, para designar al territorio comprendido por el Continente Americano.
[2] En las localidades rurales se alojan alrededor 26.9 millones de habitantes, de los que 50.6% son mujeres y 49.4% son hombres. (INEGI 2020)
[3] SIAP, Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (2017): “Mujeres trabajadoras empoderando el campo”, SIAP-Sagarpa [en línea]: <www.gob.mx/siap>.
[4] KIT, Agri-ProFocus e IIRR (2012): Mujeres al frente: Equidad de género en el desarrollo de la cadena de valor agrícola, Ámsterdam, Royal Tropical Institute.
[5]En 1950, la cantidad de personas que habitaban en comunidades rurales representaba 57 % del total de la población del país; en 1990 era de 29 % y para 2020, se ubica en 21 por ciento. INEGI